lunes, 10 de marzo de 2014

El increíble caso de la mujer desahuciada que volvió de la muerte y curó su cuerpo del cáncer

Cuatro años después, pese a los tratamientos médicos, el cáncer de Anita, en vez de remitir, había avanzado implacablemente. La mujer debía movilizarse en una silla de ruedas y necesitaba un tanque de oxígeno para respirar y cada nuevo día su salud empeoraba. Tanto así, que en febrero del 2002 la mujer entró en un estado de coma. Los doctores, tras examinarla, le dijeron a sus familiares que, con suerte, le quedaban unas 36 horas de vida.
En esas fatídicas horas Anita Moorjarin comenzó a experimentar lo que se conoce como ECM o experiencia cercana a la muerte, es decir, se vio a sí misma acostada casi exánime en la cama del hospital, rodeada de los médicos, su esposo Danny y su acongojada madre.
“Estaba en un umbral entre la conciencia y la inconsciencia, pero de pronto sentí que mi espíritu ya no estaba en mi cuerpo. Me sentí realmente bien, pero podía ver como la doctora le decía a Danny: “el corazón de su esposa puede seguir latiendo, pero ella no está allí realmente. Es demasiado tarde para salvarla. Sus órganos ya están dejando de funcionar y es por esto que ha caído en un coma. Ella no va a lograr pasar la noche. Cualquier cosa que le administremos en este estado puede ser demasiado tóxica y fatal para su cuerpo, sus órganos ni siquiera están funcionando” “.
Anita agrega que “mi madre y mi esposo parecían tan asustados que les dije: “no lloren por mí, yo estoy bien”: Pensé que yo estaba diciendo esas palabras en voz alta, pero nada se oyó. No tenía voz. Quería abrazar a mi madre y a mi esposo, consolarlos y decirles que estaba bien, que no sentía nada de dolor, pero no comprendía porque mi cuerpo físico yacía allí, sin vida y sin energía. Todavía estaba consciente y lúcida de cada detalle que se desenvolvía ante mí, mientras observaba al equipo médico transportar mi cuerpo casi sin vida a la unidad de cuidados intensivos, conectándome a las máquinas e insertándome agujas y tubos. En ese momento no sentí ningún apego a mi cuerpo casi inerte mientras yacía en la cama del hospital. No sentía que fuera mío. Se veía demasiado pequeño e insignificante como para contener aquello que estaba experimentando. Me sentí libre, liberada y magnificente. Cada dolor, molestia, tristeza y sufrimiento habían desaparecido. Estaba totalmente libre de cargas y no podía recordar haberme sentido así nunca antes.
Luego tuve una sensación simultánea, de cruzar a otra dimensión y estar abarcada o contenida por algo que sólo puedo describir como puro amor incondicional; pero inclusive la palabra amor no le hace justicia. Era la más profunda forma de dar amor que nunca antes había experimentado. Iba mucho más allá de cualquier forma de afecto físico que podamos imaginarnos y era incondicional: Era mío, sin importar lo que yo hubiera hecho jamás. No tenía que hacer nada o comportarme de cierta manera para merecerlo. Este amor era para mí, sin que nada importara. Me sentí completamente bañada y renovada en esta energía que me hacía sentir como si yo perteneciera allí, como si finalmente hubiera llegado después de años de lucha, dolor, ansiedad y miedo”.

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