Cuatro años después, pese a los tratamientos médicos, el cáncer de
Anita, en vez de remitir, había avanzado implacablemente. La mujer debía
movilizarse en una silla de ruedas y necesitaba un tanque de oxígeno
para respirar y cada nuevo día su salud empeoraba. Tanto así, que en
febrero del 2002 la mujer entró en un estado de coma. Los doctores, tras
examinarla, le dijeron a sus familiares que, con suerte, le quedaban
unas 36 horas de vida.
En esas fatídicas horas Anita Moorjarin
comenzó a experimentar lo que se conoce como ECM o experiencia cercana a
la muerte, es decir, se vio a sí misma acostada casi exánime en la cama
del hospital, rodeada de los médicos, su esposo Danny y su acongojada
madre.
“Estaba en un umbral entre la conciencia y la
inconsciencia, pero de pronto sentí que mi espíritu ya no estaba en mi
cuerpo. Me sentí realmente bien, pero podía ver como la doctora le decía
a Danny: “el corazón de su esposa puede seguir latiendo, pero ella no
está allí realmente. Es demasiado tarde para salvarla. Sus órganos ya
están dejando de funcionar y es por esto que ha caído en un coma. Ella
no va a lograr pasar la noche. Cualquier cosa que le administremos en
este estado puede ser demasiado tóxica y fatal para su cuerpo, sus
órganos ni siquiera están funcionando” “.
Anita agrega que “mi
madre y mi esposo parecían tan asustados que les dije: “no lloren por
mí, yo estoy bien”: Pensé que yo estaba diciendo esas palabras en voz
alta, pero nada se oyó. No tenía voz. Quería abrazar a mi madre y a mi
esposo, consolarlos y decirles que estaba bien, que no sentía nada de
dolor, pero no comprendía porque mi cuerpo físico yacía allí, sin vida y
sin energía. Todavía estaba consciente y lúcida de cada detalle que se
desenvolvía ante mí, mientras observaba al equipo médico transportar mi
cuerpo casi sin vida a la unidad de cuidados intensivos, conectándome a
las máquinas e insertándome agujas y tubos. En ese momento no sentí
ningún apego a mi cuerpo casi inerte mientras yacía en la cama del
hospital. No sentía que fuera mío. Se veía demasiado pequeño e
insignificante como para contener aquello que estaba experimentando. Me
sentí libre, liberada y magnificente. Cada dolor, molestia, tristeza y
sufrimiento habían desaparecido. Estaba totalmente libre de cargas y no
podía recordar haberme sentido así nunca antes.
Luego tuve una
sensación simultánea, de cruzar a otra dimensión y estar abarcada o
contenida por algo que sólo puedo describir como puro amor
incondicional; pero inclusive la palabra amor no le hace justicia. Era
la más profunda forma de dar amor que nunca antes había experimentado.
Iba mucho más allá de cualquier forma de afecto físico que podamos
imaginarnos y era incondicional: Era mío, sin importar lo que yo hubiera
hecho jamás. No tenía que hacer nada o comportarme de cierta manera
para merecerlo. Este amor era para mí, sin que nada importara. Me sentí
completamente bañada y renovada en esta energía que me hacía sentir como
si yo perteneciera allí, como si finalmente hubiera llegado después de
años de lucha, dolor, ansiedad y miedo”.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario